jueves, 25 de noviembre de 2010

CARABAYA: PAISAJES Y CULTURA MILENARIA

Escribe: Feliciano Padilla

Este es el título de una monumental publicación de 325 páginas financiada por la Municipalidad Provincial de Carabaya y por el gobierno del Estado de Vorarlberg/ Austria, debidamente ilustrada, acerca de la provincia de Carabaya, que últimamente viene circulando en las instituciones públicas y privadas de Puno, así como entre los principales intelectuales del país.

La autoría le corresponde a Rainer Hostnig, un prestigioso investigador nacido en Austria, en 1949, quien se hizo famoso en la comunidad científica a raíz de sus estudios del arte rupestre peruano iniciados desde la década del 80 y, particularmente, desde 1985, año en que Rainer Hostnig empieza a realizar investigaciones en nuestro país. Como fruto de este arduo trabajo publicó un libro con el título de “El arte rupestre del Perú: inventario nacional”, una obra enciclopédica de enorme importancia, que actualmente ocupa un lugar especial en la Biblioteca Nacional del Perú. Luego viene sus investigaciones en la amazonia peruana y su obra “El arte rupestre de Pusharo”. Pusharo es un escenario rupestre extraordinario de la selva amazónica de Madre de Dios. Le anteceden y continúan a este libro muchas obras dentro y fuera del país, particularmente las que realizó en Guatemala. Por estas razones, Rainer Hostnig no es un viajero curioso o un autor improvisado, sino, alguien que sabe lo que hace y lo que busca, consciente de que sus logros han de redundar en beneficio de la ciencia y del desarrollo de los pueblos.

Mancy Rossel Angles, la alcaldesa actual de Carabaya que cofinanció la edición de esta obra monumental, también es una profesional muy reconocida en el magisterio puneño. Éramos jóvenes en la década del ochenta y fue en esa época que la veía de continuo en manifestaciones y huelgas defendiendo con lealtad los derechos de los profesores y enfrentándose con valentía ante la prepotencia de los gobiernos de entonces. No sé qué obras materiales habría hecho Nancy Rossel durante su período como alcaldesa. Estoy seguro que las carreteras y los puentes que construyó se deteriorarán y hasta se caerán con el tiempo. Pero, esto que ha hecho Nancy Rossel, que es el alma de Carabaya, no morirá jamás. Si los alcaldes pensaran un poco, solamente un poquito como Nancy, habrían hecho cien veces más que los parques que construyen, mil veces más que las calles que pavimentan. Sin embargo, comprendo que eso es pedir peras al olmo. Es más, los alcaldes creen que los seres humanos sólo nos alimentamos de elementos materiales y, nada más. Las necesidades del espíritu y el alma del pueblo, cuyas soluciones serían el soporte de cualquier progreso económico nunca son tomados en cuenta. Y como se necesita tan poco presupuesto para trabajar en esta línea, pareciera que los regidores no le dan importancia porque a tan poco dinero no habría como sacarle ninguna tajada; en cambio, al presupuesto de una obra grande de infraestructura, sí. Quizá esta sea la explicación más racional de por qué los alcaldes no dan ninguna importancia a obras relacionadas con la cultura.

“Carabaya: paisaje y cultura milenaria“ comprende 10 capítulos aparte de una información turística que se encuentra en ANEXOS y, naturalmente, concluyen con el glosario y la bibliografía correspondiente. Los capítulos tienen los siguientes títulos: Contexto geográfico y socioeconómico, sinopsis bibliográfica, contexto histórico, patrimonio arqueológico, patrimonio arquitectónico virreinal y republicano, las montañas sagradas, los bosques de roca (caprichos de la naturaleza tipo Tinajani), minas y lavaderos de oro, el patrimonio biológico y, finalmente, técnicas y ceremonias agropecuarias ancestrales.

No puede decirse qué capítulo es más importante que otro. Todos contienen una información valiosa. Constituyen elementos imprescindibles de la estructura textual. Vale decir, le dan un carácter sistémico, en tanto que, sin uno de ellos, le faltaría organicidad y unidad.

La obra tiene un carácter científico innegable. Si examinamos el capítulo II, cuyo título es “Sinopsis bibliográfica” y la bibliografía general que está en la última parte del libro, no podemos sino que admirar la rica e importante bibliografía revisada que viene desde los cronistas Garcilaso de la Vega, Guamán Poma, Santa Cruz Pachacuti, pasando por todos los estudiosos de nuestra cultura milenaria hasta la inserción de los trabajos de investigadores extranjeros que llegaron a Macusani con el fin de estudiar su geografía y su cultura, tales como Raimondi, NordenskiÖld, Evelyn Ina Montgómery, Alain Deletroz Favre, Jean Louis Christinat, Dominique Hervé, Bruce Graham y muchos más. Esta relación de investigadores y libros y, la bibliografía presentada, le otorgan un carácter serio, técnico, que le asegura un lugar especial en la comunidad científica.

“CARABAYA: Paisajes y cultura milenaria” es una información científica apoyada por un material fotográfico impresionante, tan valioso como la misma información textual, así como por ilustraciones, mapas y croquis, a todo color. Las fotografías pertenecen a los archivos de Rainer Hostnig y otras fuentes cuyos créditos se mencionan al final del libro. Las fotografías por sí solas son dignas de permanecer en un museo, pero, gracias a la tecnología, ahora, podemos verlas a lo largo del libro. También, es importante mencionar que pude encontrar un autorretrato de Martín Chambi (años 40 del siglo pasado) posando en la localidad de Coaza, su pueblo natal.

Gracias a esta obra se confirma nuestro conocimiento de que Carabaya posee un legado arquelógico, histórico, cultural y natural de riqueza envidiable. Se constata por la exposición y la presentación de fotografías, un arte rupestre milenario, restos de aldeas y pueblos fortificados, construcciones funerarias, caminos empedrados, puentes de piedra y andenerías que nos hablan del gran aporte de Carabaya en el desarrollo de la cultura altiplánica. La belleza física de Carabaya constituida por cordilleras, pampas y una selva exuberante; la gran riqueza mineral que guarda sus montañas sagradas y sus ríos torrentosos garantizan el desarrollo sostenible de esta provincia que, ahora, se encuentra abandonada por obra y gracia de los gobiernos de turno a nivel nacional y regional. Sin embargo, debe destacarse la lucha de los pueblos carabaínos por defender el territorio donde recrean su cultura desde hace miles de años. En realidad nadie se opone a la inversión que trae progreso bajo condiciones de seguridad ecológica de aquellos espacios, sino, a la voracidad desmedida de los capitales transnacionales que, en su intención de acumular más y más ganancias, arrasan el territorio y contaminan sus suelos, sus ríos, lagos y atmósfera, deteriorando y acabando poco a poco la vida de sus pobladores originarios.

Este libro le falta a la Región de Puno. Le falta a cada provincia. Es cierto, existen algunas monografías y esbozos históricos escritos en el siglo pasado o hace algunos lustros. Sin embargo, requerimos de un trabajo como este y, necesitamos, también, un investigador como Rainer Hostnig. Ojalá alguna vez. Entre tanto, felicitaciones para Rainer. Nuestro agradecimiento al gobierno del Estado de Vorarlberg/ Austria y, como no, felicitaciones a la alcaldesa Nancy Rossel Angles por haber comprendido la importancia de este libro colosal y por haberlo cofinanciado.

domingo, 14 de noviembre de 2010

LA PUNEÑIDAD DE FELICIANO PADILLA CHALCO

Escribe: Bladimiro Centeno Herrera
Escribe: Bladimiro Centeno Herrera

Cultural - 03:51h

He escrito algunos comentarios críticos sobre Feliciano Padilla. En ellos he enfatizado que es uno de los pocos escritores que ha asumido el compromiso vital con la literatura puneña, ha forjado su destino pensando en Puno, ha llevado el nombre de Puno a los circuitos culturales del país y extranjero, y ha evitado utilizar dicha identificación como un instrumento para la expresión de sus propias mezquindades y demagogias.

Feliciano Padilla no ha nacido exactamente en Puno. Pero ha forjado su puneñidad con mayor efectividad que otros académicos, escritores, intelectuales o políticos autoproclamados como hacedores de la sociedad altiplánica. En la Universidad Nacional del Altiplano, como en otras instituciones, se conocen incontables “defensores” de la puneñidad, de las instituciones puneñas, de la literatura puneña, de la academia altiplánica, de la cultura aimara, de la cultura quechua; pero apenas cruzan las fronteras de la región terminan negando su procedencia puneña.

En los periodos electorales, los que enfatizan el chovinismo puneño son aquellos que justamente corrompen las instituciones, reducen las discusiones académicas al insulto interpersonal, convierten los medios de comunicación como instrumentos del verdugo y destruyen a los personajes que desean honestamente contribuir al mejoramiento de las condiciones de vida material, simbólica e institucional de la región de Puno.

Feliciano Padilla no necesita de tanto alarde de nacimiento biológico para comprometerse con el considerable aporte a la innovación académica en la Universidad Nacional del Altiplano, a la literatura puneña mediante narraciones y ensayos, a la tarea intelectual regional con reflexiones sobre temas culturales, sociales y políticos.

Feliciano Padilla ha publicado varios libros mediante los cuales expresa su compromiso con la identidad puneña o andina. Los cuentos reunidos en el libro “La Bahía” (Puno, setiembre, 2010), según las expresiones del mismo autor, responden justamente a este propósito: ofrecer un tributo a la ciudad de Puno donde ha invertido sus energías físicas, racionales y espirituales de una manera constructiva, sin mezquindades, ni exclusiones interesadas. Conforman el libro catorce cuentos que poseen como trasfondo el espacio del altiplano puneño y personajes extraídos del mismo escenario.

El epígrafe constituido por los versos de Lolo Palza Valdivia traducen los sentimientos con los cuales estructura el libro. Los versos dicen lo siguiente: “Si tuviera que decir adiós/ emprendería el camino de regreso…/ Si tuviera que dar la espalda/ a las últimas palabras/ regresaría sobre mis pasos/ para beberme de golpe/ este cielo y este lago”. Este es el sentimiento de pertenencia que configura su producción literaria.

En la dedicatoria, le rinde un justo homenaje a Puno, le ofrece un tributo necesario por todo aquello que ha significado vivir en esta ciudad, forjar su vida personal, familiar, académica e intelectual contemplando día tras día la bahía del lago Titicaca. Y expresa su gratitud a todas las personas que han contribuido con su vida, su trabajo y su compromiso puneño.

Los catorce cuentos seleccionados, corregidos, modificados y organizados dentro de una publicación relativamente orgánica tienen como referente geográfico la ciudad de Puno, sus personajes, sus problemas, sus tragedias, sus anécdotas, sus alegrías, sus penas y sus sueños. Sus cuentos nos muestran un espacio plural, diverso, complejo, humano, en el cual se cruzan voces, personajes, valores, mezquindades, identidades y realidades.

Frente a las posturas esencialistas, homogenistas, verticalistas, idealistas de la cultura del altiplano puneño, Padilla, con criterio más abierto, nos muestra un mundo diverso, intercultural, con personajes heroicos y antagónicos, sentimientos cósmicos y egocéntricos, logros y retrocesos sociales, expectativas y miopías políticas, optimismos y fatalismos puneñistas.

Estos universos narrativos se complementan con su libro titulado “Contra encantamientos y malos augurios” (Puno, 2009). En esos ensayos justamente propugna una construcción más racional de la identidad puneña, un compromiso más activo con la sociedad andina y precisa las diferentes responsabilidades existentes para todos aquellos que se atribuyan el rol de defensa de las condiciones de vida material, simbólica e institucional de los habitantes del altiplano.

En consecuencia, esta presentación, más que un trabajo crítico, es un tributo al autor por la amistad que supo brindar a los jóvenes escritores, académicos e intelectuales que establecieron algún compromiso con la identidad puneña. Un reconocimiento a su calidad de personas que supo brindarme una mano amiga cuando en ciertos episodios de mi vida, algunos personajes de la esfera académica y política pretendían exiliarme de mi condición aimara, excluirme de la Universidad Nacional del Altiplano y negar mi condición de aimara. Feliciano Padilla no pertenece a ese grupo de personajes que brindan alguna amistad o complicidad intelectual previo requisito partidario.

En la región de Puno, cuando se abre la boca, se grita el puneñismo, el andinismo, el aimarismo, el quechuismo con tanta vocinglería que pone en duda la identidad de los mismos cuando dichos discursos compatibilizan con sus praxis. ¿Qué significa ser puneño? ¿Basta abrir la boca para decir que uno es puneño? ¿Cuál es la diferencia entre la demagogia puneñista y el compromiso con la identidad puneña? ¿Cómo identificar a un personaje político, académico o intelectual con una identidad efectivamente puneñista?

En el corto periodo de tiempo que ejerzo la docencia universitaria y comparto los espacios culturales, sociales y políticos de Puno he podido constatar que muy pocos expresan su identidad puneña de una manera constructiva, permanente y progresiva. La gran mayoría que asume el rol de educadores, académicos o políticos asumen actitudes que van en detrimento de la identidad puneña, desintegran a la sociedad altiplánica y contribuyen al deterioro de la condición de vida de los habitantes del altiplano puneño.

Entonces, Feliciano Padilla expresa en sus cuentos, más allá de algunas fracturas estéticas, su identificación con la naturaleza, sociedad y cultura del altiplano puneño. Y nos demuestra que para construir la identidad puneña no hay que llenarse solamente de palabras la boca, sino asumir un nivel de compromiso y responsabilidad en el espacio, rol y criterio en el cual nos encontramos. La puneñidad se pone de manifiesto cuando emprendemos las tareas concretas de construir un bien físico, en articular un valor simbólico y contribuir al desarrollo de un proyecto regional con creatividad, racionalidad y corporatividad social.

jueves, 4 de noviembre de 2010

GARAÑÓN (*)

CUENTO
Por: Feliciano Padilla

Alipio Choquehuayta, suspendiendo sus congojas en un vacío indefinido, trata de comprender las causas de su reclusión, pero, no lo logra. No sabe exactamente cómo el burro más apreciado de su cabañuela pudo irrogarle tremenda desgracia. Desde su celda en la cárcel de Puno, alarga una mirada cuadriculada a través de la ventanilla y observa que en los demás pabellones y calabozos los presidiarios conversan animadamente. En cambio, él está a punto de estallar de cólera y muy triste por la suerte desventurada de su familia.

Al cabo de dos años por fin se realizaba la audiencia. Al principio, Choquehuayta, solo reclamaba la devolución de su querido pollino por parte del hacendado Cayetano Buendía; pero este se negaba, aduciendo que los daños causados por Garañón aquella tarde del 3 de noviembre de 1931, en su hacienda de Buenaventura, sobrepasaban el valor del burro, por lo que, sin más fallo que el de su propio albedrío se apoderó de Garañón.

El “Zorro” Mandujano, abogado de Choquehuayta, prestigioso leguleyo por sus célebres y estrafalarias defensas logró ampliar el caso para diez burros más.

-No se trata, señores magistrados, de uno, sino, de once burros si contamos a Garañón y a sus diez descendientes engendrados durante su cautiverio en la hacienda Buenaventura.

“El Zorro Mandujano nunca pierde y si pierde saca la mierda”, monologó recordando su participación en las gloriosas barras carolinas.

-Señores magistrados: Garañón, desde que se hospedó el 3 de noviembre de 1931 hasta el 25 de diciembre de 1933 en la hacienda Buenaventura consumió alimentos, junto con sus diez hijos, por la suma de mil soles. Si consideramos que cada burro cuesta 20 soles en cualquier feria, la diferencia determina quién paga a quién. Y está visto que Choquehuayta debe mil soles, que es el equivalente al precio de una casa. El precio de los once burros alcanza a 220 soles. Señor Juez, solo pido que se aplique la ley - terminó de argumentar el doctor Alzamora, defensor de Cayetano Buendía, exhibiendo una sonrisa victoriosa.



Garañón era un burro guapo y fogoso. Lo era realmente aquel fatídico 3 de noviembre de 1931. Con loable anticipación, don Celso Torero, director del colegio, y todo su personal, habían planificado las actividades de su fiesta patronal y, dentro de ellas, la famosa “entrada de qapos”. Aquel día los burros fueron concentrados en el patio central del colegio desde las catorce horas. A las dieciséis sería la procesión y la “entrada de qapos”. Los alumnos que los trajeron de sus estancias los miraban ahítos de emoción, imaginando cómo participarían sus animales. Son como cuarenta burros, dijo José, un profesor de gafas ahumadas que se apoyaba en la pileta aquella, tan famosa por ser el lugar preferido de los dirigentes que azuzaban las huelgas carolinas. El “Tarolas”, un muchacho alto y esmirriado que ocupaba el cargo de auxiliar de educación, apretando un cigarrillo con los dientes exclamó: Son exactamente cuarenta y siete burros. De más allá terció con agudeza el “Avo”, un profesor alto y narigón, ex alumno de otro colegio de idéntico nombre: No son 40 ni 47. Se trata de más de dos mil asnos si contamos a todos los que se debe contar. Nadie se enfadó Por el contrario, todos rieron a carcajadas, habida cuenta de que ellos mismos se sentían orgullosos de llamarse burros.

Las cuatro de la tarde: La procesión de San Carlos Borromeo ya debe comenzar. Una multitud enfervorizada circunda el patio de San Carlos: Damas, caballeros y alumnos pulcramente ataviados. De pronto, un burro joven y risueño, al compás de poderosos rebuznos y resoplidos empieza a alborotar la tarde: ¡Aaashi, aaaashi, aaaaashi! ¡Y arriba el burro!, sobre una, sobre dos y sobre varias burras con toda la dentadura blanca y brillante, carcajeándose con una mueca candorosa, blandiendo sus largas orejas y flagelándose con el rabo al ritmo de movimientos ondulantes. Las damas pegan el grito al cielo, lanzan jususmarías y se cubren la cara con las manos aunque con los dedos entreabiertos. ¡San Carlitos, castiga por piedad a este hijo de Satanás!

En aquellos momentos en que los estudiantes festejaban con silbidos e interjecciones la conducta indecorosa de Garañón llega don Celso Torero y con severos ademanes ordena que el personal de servicio y Enrique Bizarro, encargado de la “entrada de qapos” ponga coto a aquel espectáculo bochornoso. Pronto, el jumento es amarrado a un poste cercano a los portales del laboratorio. Y ahí está el burro sin saber por qué lo patean y lo azotan sin piedad. Con las orejas en alerta, absorto y con los ojos tristes, el pollino mira asustado su entorno; pestañea, a veces, para defenderse de las moscas y de los rayos solares.

Una vieja, la más cucufata del plantel, se le acerca y lo insulta: ¡Burro inmoral, cómo te odio! Garañón, sin saber qué hacer, levanta la cabeza y pestañea nuevamente como haciéndole guiños. ¡Hijo de Satanás!, vuelve a gritar la mujer.

Empieza la procesión. Están todas las autoridades del departamento. También se encuentran las cofradías en pleno: devotas de las congregaciones y penitentas de Santa Judi y Santa Periquita. Todos se encuentran con rostros adustos y en correcta formación de a tres. Hierve el parque Pino. Los alferados y las devotas cargan enormes cirios como troncos multicolores. Los precede un sacerdote joven y rubio, al parecer extranjero, pendulando el incensario y repitiendo letanías ininteligibles. Luego están las autoridades, los profesores, y más atrás, aproximadamente, dos mil estudiantes correctamente uniformados de beige comando. Adelante van los protagonistas de la “entrada de qapos”: cuarenta y siete burros vistosamente enjaezados y cargados de rajas de leña y charamusca que más tarde servirán para la fogata en el atrio del templo de San Juan.

La procesión avanza lentamente. Un airecillo frío de recogimiento satura el ambiente. Las ceras descomunales, los velos oscuros de las penitentas, el humo del incienso, el amén monótono de las autoridades, todo aquí otorga una especial circunspección al acto. Las andas relucientes de San Carlos Borromeo y de las santas que lo acompañan dejan atrás el Parque Pino y se aproximan a la Plaza de Armas. Al fondo puede verse la hermosa catedral y más allá el cerrito de Huaqsapata, desde donde Manco Cápac parece saludar al santo patrón. Cuando los burros y las autoridades desfilan frente al Palacio de Ayuntamiento la banda de músicos del ejército se esmera e interpreta: ¡Los peruanos pasan! La procesión atraviesa ahora el Palacio de Justicia. De pronto, otra vez el burro aquel: ¡Aaaaahi, aaaashi, aaashi! ¡Y arriba el burro!, sobre una, sobre dos y sobre varias burras que se derriten de vergüenza. “Secula, secolorum, amén” y otra vez aquella dentadura blanca y brillante; otra vez, como carcajeándose ingenuamente y cayéndosele la charamusca y los leños por la grupa. El escándalo provoca exclamaciones de horror entre las penitentas. El pueblo libera sus deseos reprimidos y festeja la ocurrencia a mandíbula batiente. Esta vez don Celso Torero logra acercarse a Enrique Bizarro y lo carajea disimuladamente conminándolo a llevarse el asno muy lejos. El burro es conducido de grado o fuerza desde la Plaza de Armas hasta el patio del colegio, donde se le amarra del poste con cadenas de acero para que no se escape otra vez.

Concluida la procesión empieza la fogata en el atrio de San Juan. Las autoridades departamentales y del colegio, así como los profesores celebran las vísperas de la fiesta patronal con algarabía indescriptible. Horas después, cuando Enrique y los encargados retornan al colegio a las ocho de la noche para devolver los burros a los alumnos, no encuentran a Garañón. Allí se complicó mi vida y la de aquel burro desgraciado, repetía Enrique Bizarro cada vez que lo interpelaban.

Y de veras, hasta ahora no se sabe exactamente qué palomilla pudo dar libertad a Garañón aquella noche del 3 de noviembre de 1931. Tampoco se sabe qué metiche de mierda – como solía decir Celso Torero cuando se acordaba del burro- pudo arrearlo hasta la parte alta de la ciudad, posibilitando que después invadiera la hacienda y se diera un banquete de rey y señor mío. Este es el inicio de la historia desventurada de Garañón que más tarde se complicó con su propia confiscación, con la numerosa prole que engendró, con el exorbitante “yerbaje” de que se le imputaba y con la prisión de su amo, don Alipio Choquehuayta.

Ahora, él se encuentra recluido en su celda y recuerda con rabia el día en que su hijo Germán Choquehuayta sacó al burro del corral y, también, aquel otro día en que lo reconoció en la hacienda de Buenaventurta después de dos años de considerarlo perdido. Carajo, mierda, solo mi “hechorcito” yo quería. Doctor Mandujano me jodió diciendo diez burros más ganaremos, a los hijos de Garañón recuperaremos. Al doctor Mandujano “Zorro” le dicen. Carajo, más bien, “Burro” Mandujano será, pues. Luego, venciendo la oscuridad de la celda alarga otra mirada cuadriculada a través de la ventanilla. El griterío y las gramputeadas de las celdas contiguas perturban su entendimiento. Al tropezar su mirada con la figura morbosa del alcaide, que mira a su vez a dos hermosas presidiarias, se le figura que luce dos orejas largas y peludas, dentadura blanca y una sonrisa lujuriosa como solía exhibir su querido Garañón cuando se ponía a corretear a las burras.



(*) Este cuento fue escrito entre 1983 y 1984, y publicado en mi libro de relatos de aquella época.