martes, 13 de marzo de 2012

“LA ESTEPA CALCINADA” Y LA NOSTALGIA POR EL PRIMER HIJO

Autor: Feliciano Padilla

El recuerdo del primer hijo, la nostalgia por el primogénito es inevitable cuando te abate la tarde con todo su cansancio a cuestas. Te pesan dentro del alma su jadeo y su fatídica agonía. Caminas por el malecón, te cruzas con adustos guardacostas y miras las olas del lago que te devuelven afligidas las huellas de tu tristeza. A todos nos pasa igual y, mucho más, cuando has recorrido un larguísimo camino y marchas inexorable contra el tiempo. Se te agolpan los recuerdos en una cadena de imágenes fugaces, y no tienes más remedio que detener el curso de las horas y evocar los años buenos y malos vividos junto a los amigos y familiares. Luego, de súbito, se te viene a la memoria el perfil de tu primer hijo. Esto es lo que me pasa cuando me asalta el recuerdo de “La estepa calcinada”.

En  “La estepa calcinada” están los primeros cuentos que escribí en la década del setenta y que luego fueron agrupados y publicados en 1984. Ha pasado el tiempo y mi hijo cumplió 28 años. Como primogénito mereció de mí todo el cariño y el calor de que es capaz un verdadero padre. Premunido de las alas y la fuerza que le di se ha puesto a andar por el mundo y conquistar corazones. Aquellos cuentos tienen esa manía de quedarse por largas temporadas en el corazón de las personas.  Es que fueron creados con el corazón más que con el cerebro. Por eso, conservan su frescura e ingenuidad, y tienen el sabor inconfundible de Puno y el aroma de la totora.
Al recordarlo en las vísperas de mi viaje a Lima donde debo dar dura batalla contra un siniestro malestar, se me antoja hablar de ellos; de cómo nacieron y crecieron con el paso de los años. En la universidad se me conoce, también, como narrador de cuentos, aunque no escribí muchos, sino lo necesario y justo. No soy de los que crean y publican cuentos cada mes, ni cada año. Me demoro en concebirlos y presentarlos a la sociedad para que sus personajes puedan interactuar con otros de carne y hueso que se pasean por las calles y ciudades, o con algunos jóvenes que se forman en las aulas universitarias, ávidos  de acumular experiencias. Por tal razón, los participantes de los talleres de literatura me suelen preguntar ¿cómo escribe sus cuentos? No soy un dechado de perfección y quizá lo que diga no tenga mucha importancia. Sin embargo, mi abuelo decía: “Un consejo aunque sea de un conejo”. Tal vez lo que exponga no tenga valor para los expertos, pero,  puede concitar y orientar a los noveles.  Con esa esperanza me apresto a decirles que el cuento es fruto de todo un proceso creativo. Tiene varios momentos. El primero es el de la concepción; le siguen los momentos de incubación, maduración, nacimiento y depuración.

El cuento se concibe en cualquier momento inesperado; no exactamente cuando uno está inspirado. Puede ser en el café, la calle, una fiesta, la universidad, un salón de clases, el billar; es decir, allí donde está la gente. Un narrador, por eso, tiene que ir a la calle, al mercado, al café; salir de su enclaustramiento y ser un gran observador. Para un narrador es más provechoso tener una experiencia directa que indirecta. Es decir, tener contacto real con los hechos y los escenarios. Si hay necesidad de visitar los infiernos, hay que ir a los infiernos, sin inmutarse. En cambio, si se trabaja con experiencias indirectas, hay que ir a las bibliotecas físicas y virtuales a registrar datos con mucha meticulosidad. Es que hay relatos históricos u otros que involucran ambientes lejanos, remotos; por lo que debe procederse a fichar. En aquellos y estos escenarios nace la idea de la historia que debes anotar en algún cuadernillo de apuntes y, si no hubiese, aunque sea en un pedazo de papel higiénico. La condición es que la historia sea extraordinaria, fuera de lo común. Si es natural que las hojas caigan de los árboles sobre el césped; en el cuento debe suceder a la inversa para que tenga el derecho de ser contada. Se trata de una toma de decisión crucial porque aquí radica la esencia del cuento cualquiera sea su carácter y naturaleza.

El cuento, en todos los casos, siempre procede de la realidad. Los relatos vinculados a la imaginación y fantasía, también se gestan en la realidad, porque nadie puede imaginar lo que no existe. Supongamos que hemos creado la imagen de un  monstruo con cuerpo de tortuga para que no le entren las balas fácilmente y, además, le hemos puesto brazos de boa, pies de chimpancé, garras de tigre, dientes de cocodrilo y cuernos de rinoceronte; ¿qué es lo que ha pasado? Está claro que lo que está haciendo el cerebro es componer (juntar) elementos que tienen existencia real en el mundo. Ese procesamiento lo liga con la realidad y confirma lo que sostuvimos en la primera oración  de este párrafo.    

Aquella idea, con el correr de los meses, va tomando forma en el cerebro, expandiéndose y configurándose en una estructura. La narración sea novela o cuento es problema de estructuras. Luego, será necesario memorizar el relato y contar a los amigos. En ese estado de cosas va madurando con las conversaciones y con las adiciones que tú mismo vas incrementando a la historia primigenia, para darle un tono festivo, nostálgico, épico, romántico, a fin de que el lenguaje se adecue a ese tono. Después viene la primera escritura del cuento, el trabajo de los personajes y del lenguaje. La palabra, que es la materia prima con que se construye el relato, debe ser relativamente perfecta, concisa, expresiva. No debe faltar ni sobrar una palabra. El narrador de cuentos tiene que trabajar con la pericia de un relojero suizo. El cuento está emparentado con la poesía porque ambos pueden hacer creaturas verbales de eterna existencia, gracias a la  brevedad y síntesis.

La escritura del cuento plantea dos problemas: cómo comenzar y cómo terminar. En general, hay que comenzar presentando al personaje de manera contundente a fin de que sea capaz de atrapar al lector desde el primer momento. Los grandes narradores de la literatura universal han  procedido de esta manera; por eso viven con nosotros año tras año, siglo tras siglo. Se debe aprender de ellos, sin perjuicio de usar otras formas, otras entradas. Recuerde que “Metamorfosis” de Franz Kafka comienza así: “Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”. “La guerra del fin del mundo”, una de las mejores novelas de Mario Vargas Llosa, empieza, también, presentando al personaje, aunque sin decirnos su nombre, con seguridad, para suscitarnos interés por descubrirlo: “El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era oscura, sus huesos prominentes y sus ojos ardían con fuego perpetuo. Calzaba sandalias de pastor y la túnica morada que le caía sobre el cuerpo recordaba el hábito de esos misioneros que…”. La descripción un tanto larga del personaje es pertinente cuando se trata de novelas. En el cuento, no; porque la descripción del personaje se hace solo con  suaves pinceladas.   
Los finales, por su parte deben ser sorpresivos, imprevisibles, a fin de causar un  fuerte impacto en los lectores. Julio Cortázar decía: “La novela debe ganar al lector por puntos; en cambio, el cuento, por knock out´´. Si el cuento tiene origen en algo real debe parecer inventado y; si es inventado, real. El uso de los recursos narrativos permite esta posibilidad para no debilitar la verosimilitud de la narración. Se requeriría de más espacio para hablarles de otros elementos como el tono, la atmósfera, las técnicas narrativas.

Luego de la primera escritura hay que dejar reposar el cuento durante un buen tiempo. El tiempo le hará mucho bien como hace bien al vino para que sea exquisito. Luego de ese lapso prolongado hay que leerlo de nuevo para separar la paja del grano y saborear lo que has producido. Posteriormente viene la fase de la depuración; vale decir, de la corrección con respecto a la estructura, los personajes, el lenguaje y, si fuera necesario, la adopción de otras técnicas más apropiadas para activar procesos cognitivos en quienes están al otro lado del libro; en el fondo, para jugar con el lector y procurar su adhesión a nuestro programa narrativo. Este proceso de depuración puede durar muchos meses o años.

En conclusión, el cuento no es fruto de un momento de inspiración; algo que puedas publicarlo al día siguiente de haberlo engendrado. Es el resultado de un trabajo arduo, paciente y apasionado. Hay que sudar la gota gorda para que el cuento gane el afecto de los lectores. Amadeus, un personaje de un cuento mío del mismo nombre, dio tres reglas para mejorar la calidad de los cuentos: primero, corregir; segundo, corregir y; tercero, corregir. Con la modestia que me caracteriza yo me adhiero a las ideas de Amadeus, o más exactamente Amadeus Picarón, un gran escritor que consagró su vida a la perfección de la novela y que murió por causa de la envidia que provocó en el alma de su amigo, el narrador que lo creó.                  

Escribo esta nota como una catarsis que me permite desnudarme y dar a conocer algunas ideas motivadas por el recuerdo de mi “Estepa calcinada”. Quizá cuando escribí aquellos cuentos aún no conocía lo que ahora sé por el peso de la experiencia. Pero ya nada puede hacerse. Lo hecho, hecho está. Los amo así, con todas sus virtudes y defectos. En la actualidad, hay muchos jóvenes que vienen trabajando en la producción de textos narrativos. Ellos recorrerán el mismo camino de aprendizaje que yo anduve y quizá cuando pasen 28 años, también, evoquen a sus primeros hijos, con el mismo cariño que yo recuerdo a los míos. Y aunque parezca increíble para los positivistas, yo los estaré mirando no sé de dónde, ni cómo; pero, estaré al tanto de sus andanzas.   

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