Escribe: Jaime Pantigoso Montes (*)
En esta oportunidad quiero comentar el libro de narrativa “Pescador de Luceros” del escritor Feliciano Padilla Chalco, narrador abanquino-puneño, como dice en la solapa del libro. No sé cómo resolverá la cuestión de pertenecer a dos patrias chicas, aunque tal vez, sea como tener dos madres, que en este caso debe ser para Feliciano fuente de grandes satisfacciones, porque le permite una visión privilegiada desde dos espacios geográficos, históricos, culturales y hasta lingüísticos diferentes, pero no distintos, pues son parte de una misma realidad lacerante que, a veces es nuestra patria.
Sin embargo, debo comenzar mi intervención refiriéndome a otro libro, más bien a otros dos libros recientemente publicados en nuestro medio. Me refiero, en primer lugar, a “Pachaticray” (El mundo al revés) y a la “Antología: Cincuenta años de narrativa andina” del crítico norteamericano Mark Cox que publicó la Editorial San Marcos de Lima.
La mención no es gratuita porque sucede que después de haber leído el primer texto, vale decir “Pachaticray”, y de este libro, aquel capítulo que está referido a los testimonios, que dicho sea de paso -quizá sea la parte más importante de este libro de Cox- , hizo que inmediatamente asociara esas historias reales o testimonios sobre nuestro pasado reciente, con un manojo de cuentos que había leído una semana antes. Es decir, había leído en el libro de Feliciano Padilla trece cuentos que pusieron ante mí un retazo de nuestra realidad y que la lectura del libro de Cox me hizo evocar. Trece cuentos, número cabalístico que también me permitió asociarlo con “Esos Trece”, famoso libro de cuentos que publicara William Faulkner en 1931.
Ahora bien, la pregunta es el porqué de esta asociación. Y creo que la respuesta se encuentra en que, en general, en la literatura de Feliciano Padilla corre ese río, casi subrepticiamente, con esa pasión con que se dan nuestras relaciones que muchas veces, más de las que serían de desear, han esculpido trágicamente los rasgos de nuestro pueblo, quizá desde tiempos que se pierden en la historia.
No es que esté diciendo que la literatura de Padilla en general y, específicamente, el libro que comentamos sea una literatura exclusivamente sobre la violencia; sino que su manejo y conocimiento de los mundos donde se mueve le permiten percibir estas condiciones en las cuales nosotros los andinos nos relacionamos y que él las vuelca en sus relatos. Quizá es mi particular manera de ver; creo que hasta nuestros amores están sesgados por un halo de violencia, como cuando nos cuenta, por ejemplo, la historia de Linda Vértiz o del Viejo Miguel.
Por otro lado, y por lo que dije al inicio de esta intervención, la visión privilegiada de Padilla es abarcadora y le permite mostrarnos en sus historias todas las escalas del espectro de nuestro país; espacios, tiempos, sicologías están presentes en este libro, así como en sus otros libros.
Sí, pues, “Pescador de Luceros” es un libro, en realidad pequeño, pero que muestra una intención total y totalizadora, donde Feliciano busca quizá lo absoluto, intentando vencer el olvido de aquello que las historias oficiales niegan; es decir, lo cotidiano, lo que está cerca de nosotros. Y como en los anteriores libros el autor ha interpretado las reglas esenciales y el devenir histórico de su pueblo andino, acompasado con los ritmos de su propio pulso y respiración y, mojado por el licor que en algunos cuentos beben sus personajes desde la copa de la vida misma.
Así el mundo de la delincuencia del narcotráfico está en “Viento en popa”; el destino trágico que acompasa algunas vidas, en “Mula pajarera” y en “Hermann Bütner no se rinde, carajo”; los rasgos de una relación de servidumbre como rezago de tiempos ya pasados como fue el sistema de haciendas y, la supervivencia de esta dominación en tiempos recientes como sucedió en la aciaga época de la violencia en las décadas del ochenta y noventa, en el cuento “Ellos son de otra raza, hijo mío”; el sustrato mítico de la cosmovisión andina, en “El retorno de Qori Challwa”, cuento que indefectiblemente nos refiere a ese otro gran libro collavino que está todavía por develarse, acaso porque su signo totalizador es un obstáculo para alcanzar su profunda significación, me refiero a “El Pez de Oro” de Gamaliel Churata.
La recreación de la historia de un personaje que junto a Francisco de Carvajal, fueron, según Ricardo Palma, seguramente, los más impresionantes y seductores de la conquista, sin olvidar su vesania y signo trágico. Me estoy refiriendo al cuento “Viaje a la inmortalidad”, donde se recrea un momento de la vida de Lope de Aguirre. Incluso, en este libro de Padilla se asumen historias tan originales no necesariamente convencionales, como en los cuentos “La gloriosa estirpe de los ojos colorados” y “Feroz persecución”. Podríamos seguir develando más símbolos, pero será mejor que yo no se los cuente, sino, que lo comprueben ustedes mismos leyendo el libro.
En cuanto al segundo libro de Mark Cox, me refiero a la “Antología Cincuenta Años de Narrativa Andina”, debemos reconocer que esta selección como toda antología es subjetiva. Sin embargo y que por mucho que los antologadores se apoyen en los criterios teóricos del análisis literario más elaborados o que, desde otra perspectiva, se dejen llevar por sus propias intuiciones, preferencias, odios, o animadversiones, de los cuales hay muchos ejemplos en nuestro medio, hay ciertos autores, poetas o narradores que no pueden dejar de ser mencionados en tales antologías, a riesgo de dejar de ser eso que pretenden ser.
En el caso de “Cincuenta años de narrativa andina”, el objetivo de su autor como lo dice Ricardo Vírhuez Villafane es “mostrarnos la riqueza y complejidad del universo literario de los Andes, curiosamente el sector menos presente en el canon literario criollo y sin embargo el más auténtico, intenso y dinámico de la literatura peruana”. No obstante, según quien lo lea, quizá falten muchos o pocos y, seguramente, sobramos algunos.
Pero, en cuanto a la inclusión de Feliciano Padilla Chalco en esta antología, no es sino, una muestra del conocimiento que Mark Cox tiene de la literatura peruana, no sólo andina, sino, peruana en todo el sentido de la palabra; precisamente porque la literatura que practica el autor de “Pescador de Luceros” es una literatura auténtica, intensa y dinámica. Auténtica porque es una literatura que nos permite entrever la realidad a través de las rendijas de su escritura, como quería José Ortega y Gasett que fuese la literatura. Es una literatura intensa por la vehemencia que pone al describir sicologías y hechos y; finalmente, dinámica porque las técnicas que maneja siempre son nuevas, siempre son distintas, entre cuento y cuento, o de libro a libro.
Y estos rasgos no sólo son una característica de este libro, sino que es una constante de su narrativa desde “La estepa calcinada”, pasando por “Polifonía de la piedra”, “Amarillito amarilleando”, por citar sólo algunos hasta llegar a este libro.
Finalmente, estamos seguros que en el futuro Feliciano Padilla nos alcanzará otros libros, otros cuentos, desde donde podremos otear con mejor éxito el mundo ... nuestro mundo. Su vocación de escritor y su personalidad de soñador así lo prometen.
(*) Jaime Pantigoso es profesor principal de literatura de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco y destacado representante de los narradores cusqueños que emergieron después de los ochenta. Publicó el libro de cuentos “Y se fue con el viento”, Lluvia Editores, Lima 1998. Fue ganador Premio Copé de Plata de la Bienal de Cuento 1994.
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